sábado, 4 de septiembre de 2010

Él y ella.

Él, un hombre casado, con hijos, trabajador en su propio negocio. Con estos datos podríamos atrevernos a decir que era un hombre feliz.



Ella, su hija, joven, estudiante y con novio. ¿Nos atreveríamos a decir que es feliz?


Viajaban juntos en el coche que él conducía, volvían a casa después de una mañana de trabajo y estudio respectivamente. Estaban cansados y con ganas de llegar.


Ella mira a su padre, le ve mirando la carretera y con el ceño fruncido, algo no va bien, conoce demasiado a su padre como para ser que algo ocurre. Él, no dice nada, tiene tanto que decir, demasiada información acumulada durante demasiados años, y ahora, le ahoga.


La conversación empezó como otra cualquiera pero la voz de él empezó a elevarse y ella se quedaba sin habla.


- ¡DISFRUTÁIS HACIÉNDOME SUFRIR!¡OS ENCANTA!


Esas palabras llegan a los oídos de ella como cicuta en manos de César. Un escalofrío la recorre y su mirada anda perdida mirando al horizonte. Muda y petrificada. Él escupe todo el odio que tiene al mundo, toda la rabia que acumula y el dolor que le hace sufrir, a pesar de que ella no tenga mucho que ver en ello, descarga toda su furia.


Disfrutar del dolor de un padre… No imagino a nadie siendo así, disfrutando al ver cómo sufre aquel a quien debes tu vida, aquel que te ha procurado tanto… Pero para él si existe una persona así, y esa es ella.


La conversación, si así se le puede llamar, avanza y cada vez es más dolorosa. Él ya no atiende a la carretera, mira a su hija, grita hacia el lado derecho del vehículo donde ella está. Los ojos se le salen de las órbitas, la fuerza con la que habla se nota en su rostro enrojecido… Ella sigue muda, pero desea con toda su alma que él calle, desea bajar del coche aunque sea en marcha, desea huir del dolor…


El coche empieza a no ser un lugar seguro en el que estar, hasta que solo se escucha un grito de ella.


- ¡CUIDADO!


Y el silencio reina de nuevo. El coche se ha salido de la carretera en una pequeña curva. No ha habido heridos pero el susto ha silenciado a los dos ocupantes del vehículo. Entonces ella, seca sus lágrimas, que rozaban su rostro desde el inicio de los gritos, mira a su padre, en busca de una mirada tranquilizadora.


- ¡TRANQUILA, QUE ESTO EN UNAS SEMANAS SE SOLUCIONA! ¡NO ME VEIS MÁS!


Eso es lo que encuentra en vez de tranquilidad. Y es cuando ella recuerda una imagen de cuando tenia 8 o tal vez 9 años: su padre había discutido con su madre, y él cogía el casco de la moto y se marchaba, no lo veían en todo el día…Ese día también había dicho que lo iba a solucionar, y desde entonces…en repetidas ocasiones.


Ella no puede más, el dolor le ha llegado demasiado lejos.


- Hace 8 años que dices que vas a solucionarlo, ¡hazlo ya!


Son de las palabras más duras que ella había pronunciado jamás. La solución era la separación de sus padres….









¿Cuánto dolor debe haber para que tu propio hijo te pida algo así?






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2 comentarios:

Marisa Contreras dijo...

dios, esto es lo que me contaste allí en Guadarrama, pero no me imaginaba tanto dolor, tanto sufrimiento acumulado... joder, has hecho que llore, allí lo suavizaste demasiado...
espero novedades... te quiero mucho aida.

Anónimo dijo...

Eyyyyyyyy Marisa, eres Marisa del crucero, la de Cadi, Cadi? soy El Selu, el sevillano...

A ver cómo nos ponemos en contacto no?

Un besillo!